(“A veces me digo que escribiendo esta confesión, haciéndola pública, encontraré algún alivio”.
“MI PADRE”. Guillermo Saccomanno.)
Y qué si se acabaran todos los asombros
y qué si determinados hombres dejaran de encogerse
y uno de esos menguantes fuera nuestro padre.
Y qué si alguna vez desertáramos del trabajo en busca de aventura,
pero nos descubrieran.
O qué si a alguien se le ocurriera un foro sobre precipicios.
(Seguramente iría complacido)
Igual, nada pasaría con el hombre del subsuelo
lugar donde amanezco a veces;
el que no decide con cuál de sus manos tocar el timbre
y en ese deambular se rompe tres costillas.
Justo las tres que uso para perdonar.
(Ignoro si la expresión es la correcta).
Y qué con el viejo que empuja su carrito de compras
o el perro que ronca en la vereda, al lado de la puerta,
como si esperara también él, el cielo de los perros.
Y qué si todos soy yo mismo
en duelo interminable con mi padre.
Qué infausta cosa competir a muerte con un muerto
a mis sesenta y pico.
Tal vez el pobre ande errando en los rincones, pienso
y quiera decirme algunas cosas, cara a cara;
por fin, las cosas que nunca nos dijimos.
De hombre que respira todavía, a padre muerto,
si esto de la muerte fuera, lo definitivo.
LEVA COSANOVICH
11 de diciembre de 2009
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