sábado, 11 de diciembre de 2010

ELLA

Sin duda alguna que no ha vuelto. O tal vez no la he visto, o anduvo y estuve distraído.

Estaban sí, la vieja a la que solo le queda el quitapesares de la lectura, los adolescentes que se besaban arrinconados y el tonto de la plaza, riendo a carcajadas con sus dientes torcidos y la gorra dada vuelta.

El mostrador lleno de moscas, y los gatos.

Pasan las horas y todavía no he podido abrir el puño, las uñas marcan la carne.

Laten mis heridas, pero no me duelen. No es la primera vez, me he acostumbrado, yo espero que algún día me duelan.

Roja es también mi decepción, el hielo no parece congelarse.

Cruzo sin miedos por debajo de una escalera, ¿Qué otra cosa podría sucederme? ¿Se apagarían acaso las estrellas?

En el regreso, las casas van cayendo tras de mí; los gatos murieron sospechosamente con el atardecer, muertos también los canarios en mitad del vuelo, las moscas como desaparecidas con el aire.

Cada paso que doy, como un temblor de tierra persiguiéndome, acosándome, asolando la tierra ya desmantelada.

Mi labio, duro labio cuarteado de afonía, insiste en emitir un ruido idéntico al nombre que no quiero nombrar.

Leva Cosanovich
levacosanovich@hotmail.com