domingo, 25 de septiembre de 2011

LOS HOMBRES BUENOS Y LOS HOMBRES MALOS


Los hombres buenos pocas veces dicen la verdad, y siempre tienen una causa que lo amerita; animal de rebaño, nunca protestan, y si lo hacen, solamente en dosis controladas y en ámbitos domésticos donde se sienten aprobados entre ellos.
¿Recibió usted el Espíritu Santo, querida? Ay, no tiene usted idea de lo que se pierde, hay mucho, no se preocupe, es para todos, beba de esta agua, no hay que hacer nada, solo siéntase un poco compungido. Para ayudarlo, le cantaré un precioso himno que acabo de traducir.
Los malos en cambio gritan, patalean, lloran en público, dejan jirones de piel sobre los látigos, sobre camas de hierro donde les pasan corriente, salivan la bolsa que les tapa la boca. No pueden ocultar ciertas verdades, (las que los buenos suelen disfrazar), no mienten bajo ninguna circunstancia, por eso son perseguidos y excluidos de las religiones y las fiestas. Los libros los definen como Hominis Optime.
Sin embargo, hay que reconocer que todo lo aprendido ha venido de los buenos; esgrimen con voz de profetas, para que les temamos, falsas verdades que les llegan de algún lugar recóndito al que solo ellos tienen el ingreso permitido a perpetuidad, y después de ellos, sus hijos.
Y si no son falsas verdades, serán falsas mentiras, porque los hombres buenos todo lo controlan con la ideología. Es así te dicen en la cara, y pueden explayarse sin equívocos tanto de cuestiones religiosas o axiológicas como del comportamiento del dólar hacia la próxima década.
Cuando filosofan omiten el yo pienso, o yo creo. Es como yo digo, repiten, y los demás dicen amén. Además saben con exactitud cuándo será el fin del mundo, aciago día en el que el dios celoso que se empeña en esconderse y ellos predican, se habrá cansado de todos nosotros y esconderá su amor inconmensurable…y nos castigará…con fuego del cielo, o tal vez nos diluvie de nuevo.
Ellos todo lo saben, o casi todo, es muy difícil hacer dudar a un hombre bueno, ¿acaso, no controla sus emociones en público, acaso no reparte todo, todo, todito lo que le sobra?
¿A cuánto la verdad señor, a cuánto el futuro de todos nosotros, pobres descreídos? Sueltos de lengua, nos inculcan desde niños las grandes verdades que leyeron en un libro, y ya se les habían ocurrido a otros. Como buenos discípulos, discipulan, como buenos creyentes tragan sin rumiar la hierba que crece en todo lugar de universo, sobre todo las más tiernas.
Pero tienen un problema: no pueden crear, eso está reservado para los malos, porque para hacerlo hay que aventurarse por sitios que ellos jamás frecuentan, (dios no lo permita, es la frase que utilizan en esas circunstancias) y esa anomia tan parecida a la piedad los vuelve intolerables.
Crucifican a los Jesucristos que se atreven a cuestionarles cualquier cosa. Son los que respondieron primero a lo largo de la historia de quién es era moneda. Del César, del César, siguen repitiendo sin que nadie les pregunte; los que tomaron la primera piedra, los que todavía se enojan si uno osa parar en casa de Nicodemo (si no devuelve primero el dinero que nos ha robado), o peor aún, pecado mortal, si uno pasa una noche en lo de María y Marta.
Crucifíquenle, crucifíquenle, suelen gritan cuando no entienden algo que les mueve el piso, pena de muerte, pena de muerte al reo, gimen incluso cuando sueñan. Y respetan los horarios a rajatabla, incluso han tenido que suspender alguna lapidación parque ya era la hora del rezo.
Sí son concienzudos en lo suyo, y si hay que dar un rodeo para no tropezar con un prójimo que alguien asaltó, tumbado al borde del camino…se lo da; no es bueno llegar al templo en una hora inapropiada.
A lo largo de los siglos monopolizaron la Verdad, con esa palabra mataron más gente que cualquier otra peste, con ella arrinconaron a algunos en los peores sitios, les cambiaron el nombre que sus padres les habían puesto por otros inimaginables. Habrase visto tamaña confianza de estos demonios, atreverse a ser malo, resistirse de creer y atreverse a pagar el precio de habitar en las cavernas.
Los hombres buenos no hacen cosas impuras, tampoco les importa que ello constituya el instinto primerísimo con el que dota la naturaleza a toda la humanidad.
Solo los malos tocan, solo ellos gustan, solo esa raza maldita que se ama a sí misma, y se complace. A ellos no les gustan los parásitos que se elevan como árbitros para determinar qué cosa es un valor y qué no en este mundo. Suelen rechazar los beneficios reservados para después de la muerte, descreen de todo paraíso que no esté bien a la vista, o solo venga en fotos; se enfrascan en la vida del Más Acá.
Los hombres buenos desvalorizan lo mundano en pos de algo que no pueden ver, o tocar, o sentir, y lograron enfermar al cuerpo; para poder romperlo y lacerarlo sin remordimientos. El concepto de alma inmortal es un hallazgo de los hombres buenos, para poder dormir, para alejar los fantasmas de la noche. Los malos, duermen a pata suelta con esas sombras.
Mi abuelita creía en los hombres buenos, por las dudas, rezaba a la noche tal como le había sido enseñado; mi padre fue un hombre malo, orgullosamente malo. Ambos murieron y ella se marchó a su cielo, al cielo de los buenos. Mi padre, como no creía en nada, se quedó solamente en los recuerdos.
Yo todavía lucho por sacudirme las grandes verdades de los buenos, y al mismo tiempo soy solo la mitad de malo que quisiera haber sido. No he podido gozar lo suficiente para ser uno con todas las letras.
Mi hijo...él es chiquito todavía…igual, va por buen camino, creo, lo entreno todos los días en la risa, salimos sin remera cuando llueve en el verano, perdimos los relojes ya hace tiempo.
Los buenos hombres están enojados conmigo, preocupados por la humanidad, las ballenas y a tala de árboles indiscriminada, es lógico que se preocupen también por nuestros hijos.
Dicen que mejor él no se criara conmigo, que mejor fuera que el niño conozca bien los límites… para que tenga un buen futuro, dicen.


Leva Cosanovich.
25 de Septiembre de 2011.
Villa del Parque.

domingo, 4 de septiembre de 2011

UN MAS ALLÁ BIEN ACCESIBLE



No me lo contás, porque ni vos ni yo lo sabíamos hasta este momento, no podés contarme, y sin embargo estamos juntos sin quererlo, al calor de una hornalla vigilando cierta memoria que no necesitaremos; ponemos paños fríos sobre el fuego de nuestras realidades, e intentamos darle sepultura otra vez a esos recuerdos repitiéndoles con indolencia que ya no somos ese niño, que un adulto solo tiene miedo a que la palidez de algunas caras que transportan sus dolores se nos pegue, que preferimos los anteojos ridículos del agobio para ser ocultados entre la gente y no las gruesas patas de la mesa debajo de la cual alguna vez amanecimos.
Inexorable gesto frente a ese día al que no le sucederá ninguno otro, miramos como cae la tarde de nuestra resignación con el rostro sudado y el descaro de los limosneros que perdieron toda vergüenza; caminamos contando los pasos, uno, dos, tres pasos, hacia la frontera, sin saber qué tierra se abrirá, ni cuándo, y nos preguntamos si esto ya es la frontera o solo es la inminencia.
Y uno aprende a limar sus sufrimientos para que quepan más cómodos en el saco, solo que algunas penas incurables no se quitan; oímos a duras penas el chasquido que repite el dolor sobre nuestros huesos exánimes, el mal aliento que nos precede el entusiasmo.
De nada ayudará la aureola de hombre ilustrado con la que nos hacemos preceder. Hombre de fe. Nuestro prestigio perdido nos alcanzará en alguna de las esquinas cuando paremos a tomar un poco de aire, y despertaremos sospechas, nos mirará atentamente el que somos y escondido, espera debajo de la piel.
El antiguo rito, esa sonrisa de entre cara traerá a la memoria otros cuerpos hinchados, azules, con los ojos sin ver debajo de los párpados pugnando por salirse de las cuencas, y sacudiremos los pensamientos, pero los malditos no se moverán.
Y el juego estúpido de la verdad, ritual de religiones y filosofías con la que osamos mentirnos muchas veces, y el escandaloso placer con el que aprendimos a atormentarnos a hurtadillas será lo último de nuestra memoria, lo mejor a rescatar si nos fuera posible.
Querríamos volver atrás, pero esto el castigo urdido por el que dice que nos ama, de quien hemos heredado hasta su imagen y semejanza, solo nuestra férrea conciencia llevaremos enquistada, las bodas, las comidas familiares, la noche en que saltamos el muro aquél, cuando a golpes de puños nuestra hombría nos hizo creer que ya éramos grandes y aptos para lastimar, para matar, es decir, aptos para la vida; comerciantes cansados de hacer siempre lo mismo con zapatos agujereados, tipos que no van a ningún sitio pero andan apurados.
Pequeñísimos somos, insignificantes, enfadados en tanta prisa; quienes más nos conocen ni siquiera saben nuestro apellido, nos miran en el subte y ya lo saben, nos ven correr por Palermo e intuyen hasta dónde somos, a dónde llegaremos; nos venden un diario en la calle y al escrutar nuestras intenciones reconocen el norte de nuestra brújula, el articular de las pobres excusas, el balbuceo tonto de los labios y el vaivén de cabezas a la hora de las reflexiones.
Mentimos, y lo peor, nos mentimos a nosotros mismos para ganar tiempo, y perdemos tiempo, valiosos minutos que no recuperaremos, somos eficientes en el arte de mimetizarnos hacia adentro, incluso nos cuesta reconocernos en el espejo, nos sube la presión arterial y decimos: bien, apuñalamos la memoria ascendente y sonreímos después de la traición, solo nos sale sonreír después del ramalazo artero, y no supimos nunca el nombre del padre de nuestro abuelo…
Así seremos…como ellos, algo definitivamente perdido reclamando libertad con la rigidez de la que no saldremos nunca, para descubrir que somos piel y hueso, carne de matadero, mano de obra barata en la evolución, que no solo corre sangre adentro nuestro sino lágrimas, y que nadie tomará nuestra vida por la de alguno otro. Que de nada sirve el amor en cuestiones de la muerte.
Imposible arrodillarnos, le echaremos la culpa a esa articulación maldita, al viento que apagó la vela, al hecho incontrastable de que el mejor segundo de la vida se nos pasa recién en el último segundo.
Y extendemos la mano para aferrar a ese último que se nos ríe en la cara, diciéndonos pasaste, eslabón apenas, que te creías algo, tan solo por tener remordimientos, error tal vez de ese buen dios por el que fuiste dotado, aquél que te llevó a creerte como él, un poco eterno, merecedor de alguna cosa luego de tu paso por la tierra y para sobrevivir a tu conciencia, tuviste que inventarte un Más Allá bien accesible.


Leva Cosanovich.
V. del P.
13 de Agosto de 2011.