domingo, 2 de junio de 2013

MIS OCHO METROS CUADRADOS



Mi viejo descuelga el teléfono
a la noche
por el insomnio.

Sus pensamientos
como cola de acreedores,
dan vueltas la esquina.  

Los oye
en las sirenas de los barcos
sobre el río de su juventud. 

Por esas mismas aguas
de muertos y camalotes;
Y pescados podridos
bajará el libro mojado
que se le perdió un día. 
 

Alguna foto
la ironía leve adivinada
bajo las arrugas,
el ahorro de ciertos adjetivos
para explicarle a los niños
qué cosa es esa cosa vieja. 
 

Todo para quitar su nombre
de la secta del Parnaso
como se baja una gorra de un perchero,
o con los dientes
se dejan blancos los huesos de la sopa.
 

Todo lo que pudiera hallarse
bajo un apellido.
 

Junto con mi nombre
el apellido judío de mi hijo,
y aquélla posibilidad lejana
de que el padre del padre de mi madre
haya tenido que matar a alguien
porque se lo habían ordenado.
 

En Dalmacia, fue,
en esa misma guerra de siempre.
 

Cuál de todos ellos soy yo
ahora. 
Cada vez que mostramos el documento
arrastramos infamia
como se arrastra el ruedo
de unos pantalones heredados.
 

La mierda sigue oliendo nítida
hasta nuestros días.
 

Nadie escucha el Kadish de este duelo
este laberinto de rejas
ni el clamor del hombre y la mujer,
calvos
con uniformes de pijama.
 

Tan parecidos a la imagen del dios escrupuloso
en quién confiábamos.
 

No se tala un árbol sin que se vuelen sus astillas
dicen que decían orgullosos.
 

Es lo que decimos hoy,
cancerberos, también
cuando besamos a nuestros pequeños
en los labios, antes de ir a trabajar
y cerramos a conciencia la puerta de entrada
después de acariciar al perro.
 
Leva Cosanovich