martes, 29 de marzo de 2011

MI VALLE DE LOS HUESOS SECOS.

Andamos, simplemente caminamos, hijos de hombres, hijos e hijas de víctimas pretéritas.
Bendecidos con la muerte desde el útero, bautizados en un llanto primigenio.

Vamos, por un valle lleno de huesos, muchísimos, sobre la faz del campo, todos, secos en gran manera, haciéndonos los distraídos.
Allí están, desparramados, los que nos precedieron, omóplatos huecos, tibias rotas, íleos y caderas descoyuntadas.

¿Vivirán estos huesos?

Es la pregunta que nos seguimos haciendo. Esperamos que crezcan tendones, que suba carne hasta ellos, que se cubran de piel los agujeros y los huesos se junten, y oigamos el temblor que certifica el milagro.

Y rezamos, rezamos, rezamos.

Pero con miedo, es lo que nos fue enseñado, para tener paz ese día… y no tenemos.

Pasan las horas, como carros de una procesión inaudita, y olvidamos a quién hemos besado el jueves o en qué momento reventó la flor que ha de secarse; el perro echado sobre la hierba no nos mira, y otra vez amamos con los ojos y la luz apagados.

Lapidamos nuestros hijos desde el vientre, por amor, nos repetimos, para no condenarlos.

…última vez que hundimos el azado en la tierra…quizá no estemos, para la cosecha…

Una cornisa separa a unos vivos de otros vivos. Los que creen que nunca han de morir, y viven, viven, viven.

…y nosotros, ¡pobres! los que ya hemos muerto…pero nadie se atreve a decírnoslo.

levacosanovich@hotmail.com