sábado, 29 de noviembre de 2008

LOS LABRADORES

Gotas de sangre camufladas
en el sudor de sus camisas.
Manos ásperas, inflexibles,
inútiles en el solaz de la ternura.

Miran lejos, recordando
como si extrañaran.
Alborotan con sus modales
ríen con risas que les acampan en la cara.
Piden permiso casi siempre,
lloran en los velatorios a las apuradas,
brindan con todo el mundo,
cantan de gratitud cuando nace un niño.
Son de bailar hombre con hombre
en santorales y días festivos.
Tienen amigos a entre horas.
Se levantan temprano y pronostican el día,
previenen con certeza, dolores de muelas,
aguaceros repentinos.
Por las noches, si no beben,
si no hacen el amor,
tardan en conciliar el sueño.

El labrador
murió sin preocuparse por la muerte.
Ocurrió, como el otoño antes del invierno,
acabada la cosecha.
(Yo no había nacido todavía,
mi abuela me contó que lloviznaba
como hoy.)


Leva Cosanovich

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