viernes, 18 de febrero de 2011

PLATONICOS

Apenas caía el sol llegaba arrastrando los zapatos y se paraba debajo de la ventana, a veces había un gato esperándolo, otras veces, solamente la lluvia o la soledad.
Entonces prendía un cigarrillo; ella, que esperaba detrás del cortinado musgo, veía el chispazo del fósforo alumbrando una cara aparentemente con bigotes, bajo un sombrero de otro tiempo.
Sin que lo notara su marido, que a esa hora miraba la televisión; a manera de clave contestada hacía como que acomodaba los postigos y los dejaba siempre algo entornados para que algo de su sombra escapase a la vereda.
Afuera el hombre fumaba lentamente, luego pisaba la colilla y tocaba el ala del sombrero con dos dedos, a la vieja usanza con ademanes estudiados, como si alguien pudiera distinguirlo.
Luego miraba la figura recortada por el velador, la que seguiría brotando en su memoria hasta el próximo día.
Recién entonces se marchaba a su casa, ahora sí con los pasos largos y seguros. A esa hora, ya estarían esperándolo también a él, para la cena.