lunes, 17 de mayo de 2010

ENUMA ELISH


  En el Enuma Elish, Marduc se erigió él mismo como el dios más importante entre todos los de la Mesopotamia.

  La tabla undécima de la épica de Gilgamesh, rey de Uruk, es muy similar en su bosquejo al relato del diluvio narrado en Bereshit (o en el principio) 6-9. En 1-8 se narran eventos similares a los relatados en la Épica de Atrahasis, en ese texto se destaca el mismo motivo básico del relato de la creación-rebelión-diluvio que el del relato bíblico.
  Tablas de arcilla (aprox. 2500-2300 AC) halladas recientemente en el antiguo sitio de Ebla (la actual Tell Mardij) al norte de Siria, también contienen paralelos sorprendentes.
  En ellas, si bien la secuencia de lo que llamamos La caída es prácticamente exacta, los hechos difieren de una manera tal que llama la atención.
  Dios hace caer en un sueño profundo al hombre (´ Ish) para extraerle una costilla con la cual hizo a la mujer (´Ishah).
  ´Ish también exclama:

Esta sí es hueso de mis huesos
Y carne de mi carne,
Se llamará ´Ishah
Porque de ´Ish fue sacada.

Pero en este texto, el hombre, lejos de desligarse de toda culpa responsabilizando a la mujer por comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, le propina una soberana paliza obligándola a perseguir a la serpiente hasta matarla y cocerla en un caldero para comérsela en lo que constituye el primer banquete de un ser humano relatado en un escrito que narra La Creación.
En ese menester es cuando se presenta el mismísimo Dios enunciando la célebre pregunta que todos conocemos:
¿´Ish, dónde estás?
  La parte que sigue a la pregunta del Creador es la única que difiere de la que conocemos a través del canon hebreo incorporado por el Cristianismo a la Biblia con posterioridad: En el Enuma Elish, el hombre se echa hacia atrás en la silla y luego de un estruendoso eructo contesta mirando de reojo a su mujer que en un rincón lava unos enseres:
  Y ya lo ve, jefe... como el traste,...pero téngame confianza que lo vamos a ir solucionando despacito.

LEVA COSANOVICH

EL HOMBRE SIN CARA


En mi sueño yo soñaba que dormía, y que alguien sin cara caminaba al lado de mi cama. Quería despertar pero algo me frenaba, por alguna razón, no lograba abrir los ojos y sin embargo desde un punto en el techo podía verlo dar vueltas, como esas camaritas de los bancos o los aeropuertos que persiguen a algunos que tienen facha rara.
En un momento el tipo se acercó demasiado como si fuera a decirme algo al oído y temí despertar, pero no, seguramente había querido cerciorarse de que yo dormía.
El sujeto sin cara dio varias vueltas alrededor del bulto que yo era bajo las frazadas, miraba todo sin ver desde la oscuridad de su rostro invisible. Sin dudas que podía ver y algo parecía llamarle la atención, porque lo curioseaba todo.
Aunque no era un ladrón, al menos no del tipo de los que acostumbramos a escuchar en los noticieros parecía un maligno extraterrestre o un ser escapado de una tumba, alguien sin dudas con aliento pestilente y fétido que usaba mi reposo para intimidarme o extraer alguna información de la raza humana.
Nada me saca de la cabeza de que él sabía que yo sabía que estaba merodeando. Yo trataba de no alterar otra vez mi propio ritmo de respiración, incluso a cada tanto me atrevía a toser un carraspeo, para que no sospechara que estaba semi despierto en medio de un sueño aparente.
Bueno, despierto, despierto, lo que se dice despierto, ya mencioné que no lo estaba, quería estarlo pero también mencioné que no podía. En un momento miré con estupor cómo el sujeto sin cara con un movimiento convulsivo se desvanecía, desapareciendo en el aire.
Inmediatamente pude despertarme, había quedado en el ambiente un olor desagradable, una rara picazón que me entraba sutilmente por los agujeros de la nariz para alojarse en un lugar desconocido.
En lo que quedó de noche ya no pude retomar el sueño, no era miedo, era el olor lo que me impedía hacerlo. Prendí el velador y traté de volver a la lectura del libro que había dejado en la mesita de luz.
Eso era. En la trama ocurría algo parecido a lo que acababa de soñar, alguien venía desde un submundo a buscar al protagonista que se resistía.
Eso era nomás. Prometí no leer nunca más antes de dormir esa clase de literatura efectista.
Levantado con una urgencia desconocida, encendí la luz del baño y oriné con ganas. Oyendo el ruido monocorde del chorro adentro del inodoro no vi en el espejo que daba a mis espaldas, lo que habría de ver con terror cuando salí del baño: por alguna razón, mi imagen reflejada tampoco tenía cara.

LEVA COSANOVICH